En memoria de María Esther Vázquez

26.03.2017 18:28

 

 

Acabamos de acompañar a María Esther en su viaje último, en una mañana de domingo por momentos plúmbea en este inicio de otoño porteño. Sus parientes, amigos, allegados. Allí estaba Marta Díaz, quien tuvo la gentileza de avisarme a tiempo, las primas Flaminia y Anita, Alejandra Vela, Jorge E. Clemente con su esposa, Marcelo Gioffré, Alberto Manguel y otras personalidades de su ambiente. María Esther descansa junto a su marido Horacio: dos fotos elegidas por su prima los recuerdan, ella sonriente y feliz, él a su lado. Apoyado entre una y otra foto, el libro Aventuras de la palabra de Horacio Armani publicado póstumo por la Editorial Victoria Ocampo. Horacio lo estaba preparando en sus últimos años de vida, alentado por María Esther. De tal forma, ella velaba sobre el marido cuando la enfermedad continuaba su curso. Aventuras de la palabra representa allí simbólicamente el amor que los unió, ahora nos recuerda el sentido de una vida y el surco del que no deberíamos alejarnos. Nosotros, que aquí quedamos, tomando juntos un café después de la ceremonia fúnebre, nos comprometimos en mantener el espíritu de la Fundación creada por María Esther. Puedan estas intenciones mantenerse fieles a los buenos propósitos y continuar una obra de promoción cultural sólida e inigualable.

 

Porque lo cierto es que hoy me siento huérfana y dudo que alguien pueda un mañana colmar el vacío que María Esther deja. Supo escucharme y entenderme como pocos, me aceptó por como era, sin inútiles planteos ni preguntas. ¿Qué mejor don hubiera podido pedir?

 

Conocí a María Esther y a Horacio la tarde en que Jorge Aulicino me llevó a visitarlos, en su departamento de calle Ugarteche, a pocos pasos del Jardín Botánico. Era primavera, en el 2012, y había empezado mi investigación sobre las relaciones culturales entre Italia y Argentina, mediadas por Victoria Ocampo. María Esther me esperaba en su casa junto a Horacio. Recuerdo la intensidad de su perfume y la elegancia de su persona. Me regaló su libro Victoria Ocampo. El mundo como destino y en la portada escribió algunas palabras para alentarme en mis estudios. Yo lo conocía ya, lo había comprado pocos meses antes y había empezado a leerlo. Fue para mi una biblia y una hoja de ruta, un texto de consulta permanente, inicio de mayores indagaciones. Su ensayo, al que después se sumaron nuevos títulos editados por ella y otros más, junto a su interés por conocer cómo avanzaban mi búsqueda en bibliotecas y archivos argentinos e italianos, me sostuvo en todos estos años. Mis conocimentos del ambiente literario argentino continuaron a crecer en las numerosas conversaciones y en las presentaciones de libros que ella organizaba en la Biblioteca de Mujeres.

 

En cada párrafo escrito el punto final coincidía en mi cabeza con la pregunta ¿qué pensará María Esther de estas frases? Mis deseos de volver a consultarla se transformaban en la urgencia de conocer su opinión. La enfermedad de Horacio se agravó en el 2013, yo misma pasé momentos difíciles y cuando logré volver a encontrarla la relación entre nosotras adquirió otros matices. María Esther me hablaba a menudo de Horacio, del vacío que sentía, de los tantos años juntos. Ya Victoria Ocampo asomaba un poco menos en nuestros encuentros, mientras todo un mundo cultural desfilaba frente a mi. Escuchaba con atención sus palabras, siguiendo el hilo de sus recuerdos. Me hablaba de su primera estadía en Roma, becada poco antes de casarse, su colaboración con Borges, el matrimonio con Horacio y los nuevos viajes a Italia y España, a tantos otros destinos. Cada tema de mis investigaciones, desde las experiencias argentinas de Giorgio Bassani hasta las de Guido Piovene, desde las exposiciones de libros italianos en Buenos Aires en el siglo XX hasta las ediciones de Fontamara de Silone, todos esos temas eran para ella motivo de recuerdos risueños, originales y esclarecedores. En las infinitas conversaciones de nuestras tardes de domingo, sentadas en la mesa redonda del comedor, saboreando una taza de té con budín inglés hasta las nueve de la noche o más tarde, no nos faltó nunca el tiempo para pasar bajo lupa ciertos momentos de la historia cultural argentina. La tarde caía sin que la percibiéramos, el balcón cubierto de plantas y flores quedaba sumido en la penumbra pero nuestra conversación no parecía tener fin. Le encantaba rememorar anécdotas que tenían por protagonista a Victoria, desde aquella primera vez en que colegiala se acercó a una sala de conferencias de la Sociedad Argentina de Escritores, intrigada por el revuelo en la puerta del edificio. Era la primera vez que entraba en contacto con la personalidad de Victoria Ocampo y de allí en más su pasión por las letras creció. Cuántas preguntas más quedan en mi tintero, María Esther, ahora que ya no estás.

 

Renata Adriana Bruschi

26 de marzo de 2017

 

 

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