In memoria di Horacio e Maria Esther
Conocí a María Esther una tarde de primavera del 2012, cuando Jorge Aulicino me llevó a la casa en que ella vivía junto al marido. Mi pasión por la difusión de la literatura italiana me llevó a remarcar la coincidencia de los inminentes sesenta años desde la publicación del número Letras Italianas, que forma parte de la revista “Sur”. Quise proponer una actividad para celebrar el aniversario y estaba buscando los potenciales interesados en formar parte de la comisión organizadora y del comité académico.
Deseaba promover una exposición en Villa Ocampo que pusiera a luz las relaciones culturales con el ambiente peninsular establecidas por exponentes de la redacción de Sur. Quedó un sueño pendiente que durante largo tiempo continué alimentando. No dejo aún hoy de pensar en su realización. Ese sueño me brindó también una enseñanza en la que María Esther tuvo su buena cuota de responsabilidad. Nada debe acobardarnos frente a una iniciativa personal, ninguna barrera puede impedirnos nuestro camino cuando sumamos todos nuestros esfuerzos al servicio de una idea personal, aun cuando suene improbable, inoportuna o poco acorde a los tiempos.
Algo similar sucedió cuando estaba preparando el homenaje a Giorgio Bassani, que se realizó en la Biblioteca Nacional en septiembre del 2016. Debilitada por nuevos padecimientos, María Esther aceptó sin embargo mi propuesta de incluirla en el programa de la jornada. Nadie más indicada que ella para contarnos cómo había sido el primer acercamiento de Bassani al mundo cultural argentino entre los años sesenta, cuando viviò en Roma junto a Horacio, y recordar episodios de la visita del escritor italiano a Buenos Aires en 1983. Ninguna de las dos quería renunciar a esta oportunidad, pero debimos aceptar las reales condiciones en que ella se encontraba la primavera pasada. Terminamos encontrando una posibilidad satisfactoria, gracias a los recursos que hoy en día la tecnología nos ofrece. Así fue como juntas pensamos y realizamos un video de pocos minutos, donde fuera posible mostrar algunas imágenes de Roma, de Buenos Aires y los artículos dedicados a Bassani, publicados en la Nacion con la firma de Horacio y la suya, mientras una voz en off reconstruye algunos momentos de esa amistad. Fue la primera en verlo, no hubiera osado proponerlo al público sin su imprimátur, y esa solución nos permitió completar el perfil de Bassani en la tarde de fuerte tormenta en que el publico asistió al homenaje en el Museo del Libro de Buenos Aires.
Desde este presente en que ni la voz de Horacio ni la de María Esther pueden ayudarme a profundizar la comprensión de algunos aspectos de la cultura argentina con sus observaciones nacidas de las experiencias directas, me doy cuenta que mi dicha fue inconmensurable. A menudo la escuchaba repetir que en su juventud tuvo la felicidad de relacionarse con personas extraordinarias y que como todo joven no era plenamente consciente de la excepcionalidad de esa circunstancia. Remarcaba su frase con una mirada aguda y divertida, como las que solía tener cuando una reflexión insólita cruzaba por su mente. Aludía cierto también a mi situación de 'allieva', como entonces me sentía cuando le sometía mis escritos a su juicio. Atinaba yo en esos momento una sonrisa de reconocimiento y nuestra conversación continuaba, con más preguntas por mi parte y nuevos datos útiles para recomponer el mosaico de sentimientos, palabras y hechos que poco a la vez se iba formando. Resonaban los nombres de Eugenio Montale, Giorgio Bassani, Gabriel Cacho Millet, Juan Rodolfo Wilcock. Evocaba en el recuerdo las ciudades de Roma, Milan, Venecia.
En estos cinco años o poco más en que tuve la dicha de dialogar con María Esther, sorteando los momentos en que los mutuos padeceres nos impusieron una pausa, el universo entero de la cultura argentina desde la mitad del siglo pasado hasta el presente asomó al horizonte, definiendo su increíble riqueza con trazos nítidos y decididos. En esos momentos lográbamos ambas ubicarnos en una dimensión mental atemporal donde lo mejor de cada experiencia literaria quedaba fijada en su fase inicial con inmutable ímpetu juvenil, si bien estaban ya desvelados los resultados de una apuesta a quien el tiempo había decretado la victoria.
María Esther amaba repetir que la mayor parte de sus amigas eran más jóvenes que ella y me resultaba natural pensar que esto se debía a la juventud de su espíritu. Su talento especial le permitió crear lazos de simpatía y diálogo con las nuevas generaciones quienes apoyó con tino y prudencia. Por este motivo, creo que de ahora en más muchos podrán conservar un recuerdo vivo y vivificante de su persona y su cultura.
Buenos Aires, 19 de abril del 2017
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